19 dic 2008

Un zapato para Bush que aprieta a Reporteros Sin Fronteras

Maxime Vivas
Traducido por Juan Vivanco
Ya vienen las fiestas. Ya se derrama el almíbar compasivo de la caridad con los pobres, de la esperanza de que papá Noel no olvide ningún zapato, aunque sólo sea para dejar en él una mandarina o una figurita de chocolate con leche envuelta en papel de aluminio.
En un divertido vuelco de la situación, un pobre, con un poco de adelanto en el calendario, ha querido, bajo la mirada de las cámaras, dar su regalo al hombre más poderoso del mundo.
George W. Bush quiso hacer un último viaje a Bagdad. Lo hizo cautelosamente, a hurtadillas, sin bombo ni platillos (militares). Su visita sorpresa no se había anunciado, incluso se había difundido un falso programa de sus actividades del fin de semana en Washington. Su trineo personal, el avión presidencial Air Force One, despegó de la base aérea de Andrews en la oscuridad de la noche del sábado. Con él viajaron varios periodistas cuidadosamente escogidos e informados en el último momento.
Pero en Bagdad se topó con un periodista tan trastornado por la suerte de su país, que confundió el regalo con los zapatos y convirtió los zapatos en regalo.
Y así, cuando Bush empezaba su conferencia de prensa delante de un auditorio de periodistas seleccionados, cacheados, acreditados, rodeados de gorilas con pinganillo, un periodista iraquí, Muntazar al Zaidi, conocido corresponsal de una cadena de televisión local, se descalzó y le tiró los zapatos a la cara al presidente de los Estados Unidos de América. Bush esquivó los proyectiles agachándose tras el atril.
Antes de que le sujetaran, derribaran, zurraran, el periodista iraquí aún tuvo tiempo de gritar: «¡Aquí tienes tu regalo de despedida, pedazo de perro! ¡De parte de las viudas, los huérfanos y todos los que han muerto en Iraq!».
A Muntazar al Zaid se lo llevaron a la fuerza y detrás de él sólo dejó un rastro de sangre en el lugar donde los servicios de seguridad le neutralizaron (después se supo que también le partieron un brazo). Unas gotas de sangre y un nombre en la historia de su país.
Recuperado del susto, Bush dijo que le parecía «extraña» la reacción del periodista iraquí, cuyas «quejas» no comprendía.
En efecto: ¿qué se le puede reprochar a Bush? Poca cosa, la verdad: un país devastado, el petróleo saqueado, 800.000 muertos civiles según unos, un millón según otros, entre ellos parte de la familia de Muntazar al Zaidi.
Muntazar al Zaidi se ha atrevido a algo con lo que soñaban muchos demócratas auténticos de todo el mundo, amantes de la libertad, defensores del derecho de los pueblos a decidir su destino: obligar al representante del Imperio a tragarse su soberbia, a doblar el espinazo, a esconderse detrás de un mueble.
El gesto de Muntazar al Zaid sintoniza tan bien con la opinión pública que el gobierno títere de Bagdad, después de secuestrar la filmación de su hazaña, se ha visto obligado a autorizar su difusión. Esta ha sido otra afrenta a G.W. Bush, cuyo ejército, en Iraq, silencia desde 2003 a los periodistas que muestran lo que no debe mostrarse.
El corresponsal de la cadena de televisión usamericana ABC explicó que a Muntazar al Zaidi «se le fundieron los plomos». ¡Estos periodistas iraquíes son unos flojos! (No como los nuestros, que soportan estoicamente que les lleven a comisaría y les cacheen… montando un tremendo escándalo en toda Europa [1]).
El presidente usamericano número 43, que termina su mandato a zapatazos, había ido a decir lo contrario de lo que decía en julio de 2003, es decir, que la guerra no ha terminado.
Durante una reciente entrevista para la cadena ABC Bush había confesado que «el mayor error» de su presidencia fue la «equivocación» de sus servicios de información acerca de las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.
La verdad es que los inspectores de la ONU, después de pasarse años buscando esas armas, dijeron que no encontraban nada; que Colin Powell había agitado en la tribuna de la ONU un frasquito con un supuesto producto mortal que tenía Iraq, y después se supo que estaba lleno de arena. Bush no fue víctima de una equivocación de la CIA, mintió desde el principio.
Si ahora confiesa que la guerra se basaba en argumentos falsos, que se vaya de ese país, y deprisa, llevándose a sus asesinos uniformados. Y que su país pague reparaciones, y que los criminales paguen sus crímenes.
Doscientos abogados ya han dicho que quieren encargarse gratuitamente de la defensa de Muntazar al Zaidi.
Reporteros sin Fronteras tiene una organización, llamada Damocles, cuya función es defender en los tribunales a los periodistas encarcelados. Es el momento de activarla. No para avalar el lanzamiento de zapatos a la cara de los conferenciantes, sino porque ese periodista no tenía otra forma de expresar en los medios iraquíes, para todo el mundo, lo que pensaba del jefe de los invasores y lo que todos, excepto los colaboracionistas, piensan en Iraq.
¿Cuál es el problema de RSF? En abril de 2003 G.W. Bush proclamaba que la guerra de Iraq había terminado. En julio del mismo año RSF publicaba un informe titulado: «Los medios iraquíes tres meses después de la guerra. Una libertad nueva pero frágil». En él leemos: «Hace tres meses que un viento de libertad sopla sobre la prensa iraquí…», pero también «Los únicos que pueden condenar a los medios son el ejército estadounidense o la Autoridad Provisional de la coalición. […] El decreto 7 del administrador Paul Bremer, de finales de junio de 2003, prohíbe y reprime, entre otras cosas, la incitación a la violencia contra las fuerzas de la coalición».
Hablando en plata: en la prensa no puede decirse nada contra las fuerzas de ocupación. Muntazar al Zaidi acaba de hacer trizas esa censura. Por eso es por lo que hay que defenderle.
La censura fue tolerada ayer por una RSF dirigida por Robert Ménard. Pero la ONG tiene un nuevo director. Es su oportunidad de demostrar que ha pasado la página de la connivencia con la US Army.
[1] El caso de Vittorio Filippi, ex director de Libération, detenido por hacer caso omiso de una citación judicial (n. del t.).
Tomado de Rebelión

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