11 sept 2010

Miguel Hernández muere, porque un pueblo ha gritado libertad


El sollozo del hierro, Miguel Hernández muere, porque un pueblo ha gritado libertad


En una esquina, Josefina Manresa corta con las tijeras el tiempo y el espacio, donde se hace a medida el traje de lo que habrá de ser su futuro y su relación con Miguel. No hay máquina de coser, no hay mesa ni tela sobre la que diseñar el patrón de lo que intenta, pero sigue a conciencia: cuando logra el ritmo adecuado con las tijeras, taconea, aguarda, continúa.

Hasta un rato después no aparecerá su Miguel, el que habrá de ser su marido, en esa relación que no fue fácil desde antes de la relación, ni durante el noviazgo, ni durante sus luchas ni, mucho menos, tras su apresamiento y muerte a manos de los fascistas.

En realidad nunca hubiese pensado que se podía taconear un aria, pero tampoco una copla como los Ojos verdes de Rafael de León. Aquí, los intérpretes demuestran otra cosa, porque Patricia Torrero y Florencio Campo hacen un recorrido en el tono de una danza contemporánea que toma como una parte de su base la danza española, como excusa para un acercamiento, de una forma especialmente expresiva, al entorno del poeta de Orihuela y su momento. En realidad, es así, el acercamiento al poeta, porque aunque la visión sea la de su mujer, Josefina Manresa, y aunque sea ella la que lleva el peso principal en este trabajo escénico, nos está mostrando sobre todo los sentimientos de él o aquellos que son compartidos. Es una manera de verle a él mirándola a ella cómo le observa, como le estudia y como le comparte. Y también una forma de pensar en el esfuerzo de ella, más íntimo y familiar, frente al de él más colectivo y rotundo, en una pareja que nunca quiso abandonarse, hasta el último instante.

Desde la relación previa y la forma de conseguir que ella sea su mujer, hasta el confinamiento final que le llevará morir en a la cárcel, ocurre toda una vida de expresión y de lucha, pero también de sufrimiento, de hijos muertos, de hijos a los él que no verá crecer. Ese Manolillo que crecerá con un libro de cuentos ilustrado y dedicado que dejarán plasmada una lágrima que su padre no podrá recoger.

Pero aquí son ellos, con sus circunstancias, los que recorren el camino, con ese tiempo, los relojes de arena que se los van comiendo y la reja de hierro que ya no abre los surcos de la tierra para nadie, porque el fascismo ha agotado lo que podían dar.

Una danza muy íntima, en la que juegan a la práctica ausencia de contactos al principio, sugiriendo un contacto mucho más estrecho que el real, con amagos, con acercamientos y con un encuentro que no será el definitivo, sino que irá sucedido de separaciones y nuevos encuentros debido a la vida del poeta.

Así es la vida de ambos, pero así es el sufrimiento de ambos hasta el final, en una danza con gran teatralidad y tan clara expresión que un fin ya conocido, apenas puede evitar el deseo de que no termine así. Y ese título, extraído del poema Las cárceles, publicado por el oriolano en 1939, dentro de su poemario El hombre acecha, publicación que sería destruida por las tropas franquistas en la invasión de Valencia, quedando tan sólo dos muestras para que pudiéramos ahora ver ese referente que la compañía de Carmen Werner lleva a la escena en un formato de danza actual, con una raíz muy emparentada con aquellas Misiones Pedagógicas que trataban de enseñar, educar, concienciar en la historia y en la realidad de aquel tiempo.


Las cárceles

Miguel Hernández (del poemario El hombre acecha, 1939)

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.

No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.

Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.

Se da contra las piedras la libertad, el día,
el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad, un hombre.

Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.

Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.

II

Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.

Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las fauces de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.

La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.

Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás.
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.

Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.

Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.

Sinópsis
Es una profunda historia de amor inspirada en la relación entre Miguel Hernández y Josefina Manresa. Una relación que, como muchas, fue marcada y truncada por una época y un conflicto. Patricia Torrero y Florencio Campo, bajo la atenta mirada de Carmen Werner, han plasmado en una sugerente e íntima propuesta escénica la potente huella poética de este amor.

Sobre la obra

En el año 2004 decidí trabajar en un solo cuya temática fuera la soledad en prisión. Me interesaba bucear en el mundo de la falta de libertad, el poco movimiento y el espacio reducido. Eso me llevó a las mismas puertas de la poesía de Miguel Hernández. El resultado de aquella investigación resultó ser A la sombra pieza que se presentó en el Teatro Pradillo.

Por otro lado Carmen Werner le ofreció a Patricia Torrero la posibilidad de un encuentro y se regalaron una coreografía. Carmen y Patricia hicieron Malnacío, también estrenada en el Teatro Pradillo.

Al ver estos dos solos en escena, compartiendo el mismo ciclo pensé que tenían algo en común, que podían ser parte de una misma historia: la historia de amor vivida por Josefina Manresa y Miguel Hernández.

Así fue como nació El Sollozo del Hierro.
En la poesía encuentro un paralelismo absoluto con la danza en cuanto a los recursos que manejan cada una de las disciplinas. Son comunes las imágenes, las metáforas, la importancia del ritmo, los silencios y un discurso no narrativo, el simbolismo, la musicalidad…la danza como poesía en movimiento.

El material que nos ofreció Josefina Manresa en su libro Recuerdos de la viuda de Miguel fue muy útil para construir nuestra pieza. La pasión la poesía y la tragedia como pilares en los que se asienta esta relación.



Josefina Manresa y Miguel Hernández en la danza de Patricia Torrero y Florencio Campo con Carmen Werner
Julio Castro

laRepúblicaCultural.es

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