12 oct 2011

¡Ocupad Wall Street!


Tuve el honor de que me invitaran a hablar en Ocupad Wall Street el jueves por la noche. Ya que la megafonía está (lamentablemente) prohibida y todo lo que dije tuvieron que repetirlo cientos de personas para que otros lo pudieran oír (es decir “un micrófono humano”), lo que realmente dije en la Plaza de la Libertad tuvo que ser muy breve. Por ello, lo que sigue, es una versión más larga, completa, del discurso.

Os amo.

Y no lo dije solo para que cientos de vosotros griten “te amamos” de vuelta, aunque obviamente es una posibilidad adicional del micrófono humano. Decid a los demás lo que quieres que te digan a ti, solo que más fuerte.

Ayer, uno de los oradores en el mitin de los trabajadores dijo: “Nos encontramos los unos a los otros”. Ese sentimiento captura la belleza de lo que se está creando aquí. Un espacio totalmente abierto (así como una idea tan grande que no se puede contener en ningún espacio) para toda la gente que quiere un mundo mejor para encontrarse los unos con los otros. Estamos tan agradecidos.

Si hay una cosa que yo sé es que el 1% adora las crisis. Cuando la gente se deja llevar por el pánico, está desesperada y nadie parece saber qué hacer, es el momento ideal para que las corporaciones impongan su lista de deseos de políticas favorables: privatizar la educación y la seguridad social, recortar los servicios públicos, librarse de las últimas restricciones al poder corporativo. En medio de la crisis económica, es lo que está pasando en todo el mundo.

Y sólo hay una cosa que puede bloquear esta táctica, y por suerte, es algo muy grande: El 99%. Y ese 99% está saliendo a las calles, de Madison a Madrid, para decir “No. No pagaremos vuestra crisis”.

La consigna comenzó en Italia en 2008. Repercutió en Grecia, Francia e Irlanda y finalmente ha llegado al kilómetro cuadrado en el que comenzó la crisis.

“¿Por qué están protestando?” preguntan los eruditos perplejos en la televisión. Mientras tanto el resto del mundo pregunta: “¿Qué hizo que tardaran tanto?” “Nos hemos estado preguntando cuándo ibais a mostrar la cara”. Y sobre todo: “Bienvenidos”.

Mucha gente ha hecho paralelos entre ¡Ocupad Wall Street! y las llamadas protestas contra la globalización que atrajeron la atención del mundo en Seattle en 1999. Fue la última vez que un movimiento descentralizado, global, encabezado por la juventud, apuntó directamente al poder corporativo. Y estoy orgullosa de haber formado parte de lo que llamamos “el movimiento de movimientos”.

Pero también hay diferencias importantes. Por ejemplo, escogimos cumbres como nuestros objetivos: la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el G8. Las cumbres son pasajeras por naturaleza, solo duran una semana. Eso también nos hizo ser pasajeros. Aparecíamos, llegábamos a los titulares del mundo y luego desaparecíamos. Y en el frenesí de hiperpatriotismo y militarismo que vinieron después de los ataques del 11-S, fue fácil hacernos desaparecer completamente, por lo menos en Estados Unidos.

¡Ocupad Wall Street!, por otra parte, ha elegido un objetivo fijo. Y no habéis fijado una fecha final a vuestra presencia aquí. Es sabio. Solo si os quedáis podéis echar raíces. Es crucial. Es un hecho de la edad de la información que demasiados movimientos aparecen como hermosas flores pero mueren rápidamente. Es porque no tienen raíces. Y no tienen planes a largo plazo de cómo se van a mantener. Por lo tanto, cuando llegan las tormentas, son arrastrados por la corriente.

Ser horizontal y profundamente democrático es maravilloso. Pero esos principios son compatibles con la dura tarea de construir estructuras e instituciones suficientemente robustas para resistir las tormentas del futuro. Tengo mucha fe en que esto ocurra.

Otra cosa que este movimiento hace bien: Os habéis comprometido con la no violencia. Os habéis negado a regalar a los medios las imágenes de ventanas rotas y luchas callejeras que ansían con tanta desesperación. Y esa tremenda disciplina ha significado que, una y otra vez, la historia ha sido la escandalosa y no provocada brutalidad policial. De la que vimos aún más anoche. Mientras tanto, el apoyo a este movimiento crece cada vez más. Más sabiduría.

Pero la mayor diferencia con hace una década es que en 1999 enfrentábamos al capitalismo en el clímax de un frenético auge económico. El desempleo era bajo, los portafolios de acciones se inflaban. Los medios estaban ebrios de dinero fácil. En aquel entonces todo tenía que ver con puestas en marcha, no con cierres.

Señalamos que la desregulación detrás del frenesí tenía un precio. Era dañina para los estándares laborales. Era dañina para los estándares medioambientales. Las corporaciones se convertían en más poderosas que los gobiernos y eso es dañino para nuestras democracias. Pero, para ser honesta, durante la buena racha era difícil enfrentarse a un sistema económico basado en la codicia, por lo menos en los países ricos.

Diez años después, parece que ya no hay países ricos. Solo un montón de gente rica. Gente que se enriqueció saqueando la riqueza pública y agotando los recursos naturales de todo el mundo.

Lo importante es que hoy todos pueden ver que el sistema es profundamente injusto y que pierde el control. La codicia ilimitada ha arruinado la economía global. Y también está arruinando el mundo natural. Estamos agotando las reservas de pesca, contaminando el agua con fracturación y perforaciones en aguas profundas, volviéndonos hacia las formas más sucias de energía del planeta, como las arenas petroleras de Alberta. Y la atmósfera no puede absorber la cantidad de carbono que estamos descargando, creando un calentamiento peligroso. La nueva norma son los desastres en serie: económicos y ecológicos.

Son los hechos sobre el terreno. Son tan flagrantes, tan obvios, que es mucho más fácil encontrar una conexión con el público de lo que era en 1999; construir rápidamente el movimiento.

Todos sabemos, o por lo menos sentimos, que el mundo está cabeza abajo: actuamos como si no hubiera fin para lo que realmente es finito, combustibles fósiles y el espacio atmosférico para absorber sus emisiones. Y actuamos como si existieran límites estrictos e inconmovibles para lo que en realidad existe en abundancia, los recursos financieros para construir el tipo de sociedad que necesitamos.

La tarea de nuestros tiempos es invertir esta tendencia: cuestionar esa falsa escasez. Insistir en que podemos permitirnos la construcción de una sociedad decente, inclusiva, mientras al mismo tiempo respetamos los límites reales de lo que puede aguantar la tierra.

Lo que significa el cambio climático es que tenemos un plazo. Esta vez nuestro movimiento no se puede distraer, dividirse, apagarse o dejarse barrer por los eventos. Esta vez tenemos que tener éxito. Y no hablo de regular los bancos o aumentar los impuestos a los ricos, aunque es importante.

Hablo de cambiar los valores subyacentes que gobiernan nuestra sociedad. Es difícil de ajustar a una sola demanda fácil para los medios, y también cuesta imaginar cómo hacerlo. Pero no es menos urgente por que sea difícil.

Es lo que veo que sucede en esta plaza. En la forma en que os alimentáis, en cómo os animáis unos a otros compartiendo libremente la información y suministrando atención sanitaria, clases de meditación y capacitación en empoderamiento. Mi letrero favorito de este lugar dice “Eres importante”. En una cultura que entrena a la gente para que evite la mirada del otro, para decir “que se mueran”, es una declaración profundamente radical.

Unos pocos pensamientos para terminar. En esta gran lucha, hay algunas cosas que no importan:

Lo que llevamos puesto.
Si alzamos nuestros puños o hacemos señales por la paz.
Si podemos ajustar nuestros sueños de un mundo mejor a una señal de audio.

Y hay algunas cosas que importan:

Nuestra valentía.
Nuestra actitud moral.
Cómo nos tratamos unos a otros.

Hemos buscado el enfrentamiento con las fuerzas económicas y políticas más poderosas del planeta. Da miedo. Y a medida que este movimiento crezca cada vez más fuerte, se hará más temible. Siempre hay que ser consciente de que existirá una tentación de pasar a objetivos más pequeños, como, digamos, la persona sentada junto a ti en esta reunión. Después de todo, es una batalla que es más fácil de ganar.

No hay que ceder a la tentación. No digo que no podamos hablar sobre nuestras debilidades personales. Pero esta vez tratémonos como si tuviéramos la intención de trabajar codo con codo en la lucha durante muchos, muchos años. Porque la tarea que tenemos por delante no exigirá nada menos.

Tratemos este hermoso movimiento como la cosa más importante del mundo. Porque lo es. Realmente lo es.

Nota del editor: El discurso de Naomi también apareció en el Wall Street Journal Ocupado.

Naomi Klein es una periodista galardonada, columnista publicada en numerosos periódicos y autora del éxito de ventas internacional del New York Times, La doctrina del shock: El auge del capitalismo del desastre (septiembre de 2007); y de un éxito de ventas internacional anterior: No logo: El poder de las marcas; y de la colección: Vallas y Ventanas: Despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización (2002).

Traducido para Rebelión por Germán Leyens / (Fuentes The Nation/Rebelion)

Tomado: La República.es
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